El Clan de las Tormentas: 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El tiempo expulsado

Cuando no  estás la ausencia se llena de vacío, como una noche a la que le han golpeado

hasta hacerle saltar estrellas como lágrimas furtivas

que se deslizan por la piel de tus adioses diciendo que te vas

y apenas queda ya ni silencio ni ruptura con los momentos de lo deseado]

tan sólo el aire que es pesado cuando no lo ocupan ni tu cuerpo ni la lejanía que esquivas

 del mío propio; porque para amarte tan sólo me hacen falta eternidades]

y para esperarte toda la vida. Es ya tu retrato una marca de mi sangre

es ya tu voz un tatuaje hecho a fuego en cada uno de los sonidos

que habitan en tu recuerdo efímero, tan corto porque es tan continua tu presencia

la que aleja lo caótico del espejo, y lo atraviesa dejando atrás el humo y el metacrilato de las noches de hastío sin tu esencia

y todo aquello de antes, de los días pasados, del otro yo

que mataba la caída al abismo por el vértigo de ascender;

tus ojos oceánicos, tu piel como besos de cristal. Tan sólo aspiro ya,

a desesperar al tiempo y al espacio para desarmar todo recuerdo

encaramado al fondo del abismo como un hombre entregado a los campos

en los cuales se ha visto nacer

en los cuales se ha visto morir

en todos aquellos siniestros olvidos a los que le teme hasta la muerte

porque no quiero yacer

(no, nunca más de nuevo)

con el erial prendido en los ojos, por no verte

ni tampoco tenerte; en tu ausencia, no tengo nombre

tan sólo partes inconexas de letras, alguna palabra suelta

porque para amarte

no necesito más que serte, ni mi voz, ni mi rostro que nadie ve

ni mi alma, si quiera quien la posea en letargo del penúltimo adiós reconstruida de parte a parte con tus manos,

desde el barro miserable del que partía. Frágil toda ala que nos lleva, en este deseo de llegar hasta el final contigo,

                  más allá, en los bordes mismos de la infinitud

hasta que no quede nada, amarte hasta que no exista el mundo

(puede que ni nosotros mismos)

cabalgando sobre los demonios expulsados del infierno creado por mí mismo

para todos los ángeles a los que he desangelado. Ya no queda nada,

porque contigo queda todo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Once. Late Goodbye

Posiblemente siempre se me olvide que hay días como estos
y como casi todos, en los que las hojas muertas
sustituyen a los secuestros, de palabras, de voces, del humo
en escala de grises que hacía fundir el sonido
de tu voz con el de todos mis recuerdos
días para enfrentarse a lo mismo, a lo efímero y lo eterno
para encerrarse en el fondo de uno mismo, allí, al final del tiempo
en cada esquina perdida, en cada tumba pintada de azul
brillante, dice el sol que queme entre mis brazos
el anhelo por las cuchillas afiladas y desconocidas de tus besos
alejándome de cada exterior humano, penetrando en el silencio
de los rostros, los gestos, repetidos, siempre bajo las mismas excusas
porque sólo puedo repetir este cansancio perpetuo
la adicción imperfecta a seguir buscando en cada forma
el mismo espíritu descompuesto, deshecho, deshilvanado
en el sacrificio autodestructivo de desear el deseo. No hay mares
desecados por los que caminar, me temo;
menos cuando pienso mirar hacia aquellos ojos alejados por décadas
porque solitaria es la prisión de tiempo y espacio
imposible devolver al sucio corredor de la vida todo lo vivido
para no ser ancestral sin apenas haberte quitado la boca
(nada hay, sólo esta necesidad de soledad)
para no habitar en la lejana disyuntiva de la perpetuidad
tan sólo ser rumor entre los abrazos partidos del océano generacional
que nos separa]
simplemente esconderme de mí mismo para no buscar mis cenizas
en el final del desierto; únicamente esperar que se repitan los días
con los que se marchan los años. Porque siento el horror dentro
de mí, como una azada que cavando va la tierra
en la que se quiere habitar cuando por encima de ella nada nos queda ya, cuando es tan fácil ser convertido en ausencia de lo que antes se era delirio
(el bucle melancólico infinito, yo mismo a mí mismo, y todo lo demás)
desde el fondo alveolado de este deshilachamiento. Grito, estoy gritando
lo hago, con voz sorda, callada, sólo los músculos del cuello tensos,
en el adiós de cada día,
en el tormento de cada noche que voy pensando
y se van cayendo las copas envenenadas de los árboles, copas vacías
de sangre; adiós, carne de mi alma, adiós. Porque el alma
la tengo cosida al cuerpo, reclamando lo que efímeramente me haría
sentirte]
mientras te pierdo en la eternidad
y a veces me ciño a la idea de ser el mismo que rompe las puertas abiertas
y a veces salto por encima de los absurdos,
rompo el tiempo y la circunstancia que vuelve opacos nuestros espejos, aspiro a no ser,
me revuelvo en el viento por esperar la compasión de Dios
en el lugar donde nació su hijo;
en el sacrificio recíproco de este dolor infligido a ambos
(pero que tan sólo yo siento)
cuando se rompe el mismo hilo del destino que corría bajo mis arterias
mis venas, mi cuerpo entero; nada hay, de nuevo, en la ausencia
en el ruido del vacío, en las calles llenas de gente donde todas las máscaras
se resisten a ser algo más que plástico y formas confusas
porque mis versos más tristes ya se escribieron
y ahora sólo queda el rumor de este adiós susurrado
de esta despedida entre recuerdos no tenidos que todo se dijeron
J'aiguisais lentement sur mon coeur le poignard
hasta encontrar el abismo, el olvido, allí donde je me suis baigné
dans le Poème de la Mer
en el abrazo de piedra de tus ojos de cristal.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La imperfección automática

Atrapado conmigo mismo en los jardines delirantes de tu memoria

recreado secretamente por las palabras encontradas

y las aperturas de bocas en silencio que dicen cosas

desde tus ojos,

porque no hay eclipse que brille más que tus veladas

ausencias, que no dicen ni expresan más historia

que la escrita bajo las piedras del templo destruido

de nuestra complicada proyección cristalina

en rimas discordantes de tu ausencia, de tu larga y pretendida

descarga de ira sobre las tormentas de manos rotas

por tu ruido interior,

tanto que echaré de menos hasta el eco de tus silencios

tanto que recorreré hasta los caminos deshechos tras tus pies

todos aquellos que convertiste en soliloquios de crueldades

fusiladas tras los muros de tu deseo, aquellos que separaron

tu cuerpo del cielo y mi alma de la tierra

como muertos cuya vida jamás se produjo

ni de ti, ni de nada, ni aquello que quedó de nosotros

esperado, al otro lado de la lanza y del veneno

consumido por nuestros labios, no unidos, no hallados, no encontrados

porque en el mar de tus abrazos quedan, entregados,

los recuerdos de mis amores náufragos. Hacia el horror

de ser fantasma de ti en desiertos no claudicados,

hacia el eclipse solar en la primavera de tus sueños erradicados.

Con el alma entrelazada al final de la cabeza y perdida entre los señuelos

que dejan tus despedidas; no son más que sombras

que denuncian que tengo la sangre circulando por las concavidades del alma fragmentada como los cristales

de un espejo roto a golpes,

todo se queda en nada cuando huye de la sensatez hasta la tormenta

y se convierte en calma. A pesar de la ansiedad en la ausencia,

a pesar del desquiciante tormento de tu irremediable presencia

que torna igual en desidia que en flores

y en delirios de grandeza

a estos días tan miserables de los cuales nada nos queda

(y escucho temblar al león en su propio territorio,

siente el miedo, lo sé, de la soledad sobre el cerebro y el cuerpo

sobre el alma y el espejo, de romperlo, golpes y a golpes

se resquebraja, y se quiebran las manos, sus garras

los ojos le laten, el corazón mira a cualquier parte

la ceguera plateada del día

los cuernos del ciervo)

Nos vamos, más allá de la línea que nunca dibujamos

la que nunca atravesamos por el miedo que se parasen los relojes

tú en tu tiempo, yo en el mío

décadas de distancia reunidas en un mismo espacio

y las espinas de las manos arrastrando tu espalda hacia el silencio

como un hombre arrasado en su piel y sus dedos

que es inconsistente como el humo, como los labios, como el peso de la huida hacia dentro;

hacia ese lugar donde el encuentro llega un instante

justo antes del frío, del agua, del miedo, del sueño

mientras llega el silencio, el rumor, el olvido, el adiós.

viernes, 13 de agosto de 2010

Hubo un tiempo que…

Hubo un tiempo que partí para purgar mis pasiones

bajo la sombra de un sol interior que todo lo ahogaba

y de aquello no queda más que la repetición continua

del soldado que recuerda todas sus deserciones

en el remordimiento continuo de pensar que todas escapaban

y en el descubrimiento de hallar la respuesta

(imposible, al enigma jamás resuelto

me digo, jamás

me digo, para qué)

en el remedio de formarse estúpidos vuelos alrededor

de invisibles torres de metal y pájaros eléctricos

de enredaderas y todo eso; no había, sin embargo, piel

bajo tu velo]

ya que hubo un tiempo que amar no era destruir

ni tampoco el ridículo anhelo de transformarse

en el enemigo interno al que deberíamos resistir;

no, nada más lejano a eso; y, sin embargo, sigo bajo el efecto

de cualquier ojo, de cualquier motivo para desear el deseo

porque hubo un tiempo que la revolución tenía sentido

es más, hubo un tiempo que era el destino

de todo aquel que quisiera estar más allá de la sangre

y de la lanza, de los muros que marcaban la frontera

entre siempre o jamás, entre encontrarte

(o, mejor, en calma sobre el desierto que tu voz asfixiaba)

y dejar de buscarte; para qué, si en el camino hacia atrás

en los mares enormes como lagos en los que mi rostro no se refleja

ni forma hay de arrojarse y quemarse bajo el agua de los círculos azules

porque ahora es inviable caminar hacia tu cuerpo

no lo tienes, ya no es tuyo, será, como lo ha sido siempre

de la inexistencia de ningún vínculo, de ningún secreto;

porque hubo un tiempo que mi voz era tu sangre y tu alma mi palabra

y de eso no hace tanto,

(me hago viejo para el abismo, tal vez de tanto vivir una eternidad

en un segundo]

o quien sabe si de nosotros mismos)

hace tan sólo un soplo efímero en una tormenta extensa

hace lo que la flor en el desierto de tus primaveras

y lo que queda, después de haberse helado tus palabras

sin que las pronunciaras

sólo un cuerpo habitado en otro lugar, en otro tiempo

en aquel que hubo una vez en el que la piel que te tenía

era el cadáver de las emociones de hoy.

Por eso, como siempre, no eres tú quien se va

sino que, de nuevo, soy yo el que me voy.

jueves, 5 de agosto de 2010

A veces pasa que…

A veces pasa que todo lo que existe se marcha y se queda

a un tiempo]

que se nos escapa la sangre por el desagüe

como si lleváramos las venas en blanco y negro

y a veces pasa que la ausencia quema, te vuelve moribundo

de olvidos y recuerdos; nadando sobre el cristal

pereciendo de soliloquios enterrados bajo la arena

de pieles no tocadas, de ojos no atravesados

(voy a salir al otro lado del espejo,

pero sin luz, ni siquiera sobreviven los muertos)

porque a veces pasa que toda calma es un tormento eterno

cuando lo que se tiene es ausencia

y a veces desde el espacio desdibujado que queda en el pensamiento

de estar, preso y condenado, hacia el vacío del abismo inhóspito

en el que viven, y por eso es contradicción

los proverbios, y las palabras, y todo lo hecho de antemano, lo que me dice a mí mismo]

que me olvido, que me voy hacia donde miento

sobre lo que he estado haciendo, sin reconocer que he de pagar

(el precio necio de estar viviendo)

para seguir reteniendo mecánicamente este barco naufragado

hacen de mí ausencia todos los dones,

todo lo entregado al pasivo rumor del viento

silencioso, vigilante desde dentro;

Y a veces pasa que quiero vengarte del tiempo

 (por haberte robado tanto de mi lado)

e insiste, pérfido, en seguir sosteniendo tu presencia

aunque no te conozca, no seas más que sombra, rumor y aliento

(que ambos no queremos; o tal vez, es posible

que sí por el bien de lo que digo)

todo lo que queda es huir, escapar hacia el centro del huracán

cuya coherencia perdimos, jugando a ser como esos héroes

que por vivir en un espacio cuántico han muerto. Y eso que, dicen,

es tan simple que pase, que venga, que sea aunque fuese

y no haya nada]

aunque a veces pasa que llevas en los ojos las espaldas del cielo

y sobre ellos cargas la espada, la batalla, la derrota,

el campo donde, aunque vayamos a morir, allí te espero. Allí,

siempre allí, lejos, tan lejos, donde el sol sea un rumor efímero

y el atardecer una flor dibujada sobre el hielo. Y a veces, solamente

a veces pasa que el cuerpo se deshace del alma

y para ésta sólo quedan tormentas que no escampan

ni cenizas, ausencias, reliquias de vidas, nada. 

jueves, 17 de junio de 2010

El desierto estático

Apenas se marcha ya el recuerdo

a la calle de enfrente, y permanece

allí, entre la tierra y el suelo

hasta que cobarde y traicionero

se marcha, en un instante parece

y ya no es más que sombras y olvido;

de risas enlatadas y cárceles para el alma,

porque sólo es ya carne lo que nos queda

ya nos hemos arrancado hasta las alas

que con tanta destreza nos unimos al cuerpo

como si fuera un soliloquio de una vela

en un barco naufragado. Porque por ti

no me importó perder todas mis guerras,

(lo que demuestra que en ti

no existe el tiempo,

sólo el espacio que de un universo a otro

nos aleja)].

Eso fue en tu piel como espadas

vomitadas por la boca de un volcán en el invierno

del mar espeso de cieno en el que deseé navegar

para alejarme de todo aquello, de luchar

de combatir, en batallas de lanza,

fuego y veneno, en días vacíos

que te hacían caminar como el último

de los hombres que predican en el desierto;

y ahora que ya no miras al abismo

sino que eres tú mismo el vértigo,

el horror, el sueño carnicero que asesina

la noche ártica sobre los campos quemados,

es ahora, entonces, cuando te conviertes

de profeta en recuerdo.

viernes, 14 de mayo de 2010

Espada y Adiós

Soy el enemigo que recorre el puente de plata

que le han construido los secuestradores de almas ajenas

y piensa al mismo tiempo en ir a por todo

y en no lograr nunca, nada;

el que recuerda los sordos travestidos de la palabra,

oidores

de tiempos remotos que huyen del lodo

creyendo que podíamos convertir

nuestras vidas de plomo en oro;

el que pide una república para dictadores

entronizados en rejillas de alcantarillas

donde habitamos a la par

los que triunfamos sobre la muerte

los que fracasamos ante la vida

porque más castillos que tiene el miedo

no los tuvo imperio alguno

ni más muros de acto y de deseo

sobre los que escalar para colgar

banderas que nos guíen como en el laberinto a Teseo.

Imagino en el dolor de lámparas de cristal

que imitan a ciervos descabezados

el enigma de ser a un tiempo estiércol y fruto

(ambos en el árbol, ambos esencia vital)

agarrando con estas manos de dedos desordenados

todos los futuros, todos los pasados

revelados el mismo día, bajo el mismo cielo

como sangre, sudor, espada y veneno;

pasa al final la Belleza, dejando heridas

en el corazón

pasa la cadencia emocional del vacío

porque nada hay en mi ausencia

hecha de tu ausencia, tu guerra y mi escapada

sólo este tormento interior

que por fuera parece que acaba

que por dentro todo lo arrasa.

domingo, 11 de abril de 2010

El alma del hormiguero

A veces te echo de menos como en falta echa el silencio

al cuchillo que en la carne se hunde mientras la multitud grita

aturdida],

porque un ángel se ha rebelado a seguir siendo esclavo

de los designios de un Destino contra el que luchar no puede

despojado de alas y dejado de su mano sobre el cristal

que arañaste con tu corona de laureles,

porque te echo de menos como se ausenta el verde de las hojas

soy el exiliado que duerme vagabundo en cada estación

donde los guardavías son ciegos amantes de trenes descarrilados

y en los que para salir sólo hacen falta billetes para paisajes oxidados

te echo de menos, tus palabras como náufragos en mitad de un océano

donde ha triunfado la sal]

y forman la estatua de lo que eres,

un ser construido a deshoras

en otro tiempo y en otra época, de esas que ya no quedan

ni recuerdos ni ninguna otra historia, sólo el olvidado

rumor de lo que cuentan que fuiste, que fuimos

como amantes olvidados el uno del otro por inanición de sus cuerpos

porque te echo de menos como echa de menos

el cuerpo a la sangre cuando uno parte ya herido, ya muerto

hacia estos campos de silencio en los que aguarda, como guardián

del lejano páramo]

el soliloquio de adioses que continuamente nos proclamamos

y siempre volver, siempre un reencuentro que nos aleja aún más

en estas cadenas tan flexibles que nos permiten alejarnos

no por más tiempo, no, no tanto como quisiéramos

ya entregados a otros cuerpos mientras nuestras almas huyen

a través de otros días, de otros lugares,

rodando como piedras al volante de coches que surcan

las carreteras perdidas por las que siempre quisimos encontrarnos

te echo de menos como la arena en los labios resecos

como en la batalla sigue pensando en su pasado el guerrero,

lanza y desesperación, sombra y adiós

de cada parte en cada lugar

escuchando a gritos cada susurro de tus labios

heridos, vacilantes, que sólo profieren sonidos de lejanas ciudades

aunque sólo eres una suma de pareceres

un retrato de mujer en rojo con ojos dorados

un ser que no existe ni tuve, una aspiración y una promesa de paz

para todo un imperio

simplemente una ánima que echo de menos, al ver exiliarse

en cada día el recuerdo de tu sueño.

martes, 30 de marzo de 2010

Diálogo del perro con su sombra

Nuestras almas solitarias

perfectamente soldadas a otras vidas,

alejándose a la misma distancia que nos deja

              lo no pronunciado]

porque todo en ti fue victoria

todo en mi fue derrota

árido en los campos de deseo

desahuciado del orgullo de haberte luchado

para qué si desde entonces escucho

      a solas con mis sordos ojos

los llantos que vienen de tus mudas manos

sin lágrimas que siembren almas

en este vasto erial que todo lo recoge. Sólo queda

ya un yermo sueño de lo que en otro tiempo

fue un paraíso]

secos los estanques de susurros

vacíos los bancos del parque donde antes los perros salían

a debatir sobre la forma de su sombra.

Nada queda del pasado cuando nada hay que recordar

en esta vida tan aburrida de autocomplacencia

de la sal respecto al mar;

ni en las calles hallo caminos

ni en el humo ya la verdad

(hasta aquí hemos llegado, me digo

no es suficiente, no es suficiente)

en esta vida perpetuada donde todo es

calma, vacío y falsedad;

abatido y desangrado en el suelo

se marchita el alma

como animal herido en mitad

del claro lunar.

No quedan días de castigo,

ni más que un espíritu derruido

pronto jubilado de toda carne

de un empeño moribundo que le lleva

a sacrificar lo conocido por abrazar lo nunca obtenido

y ser, no obstante

(como siempre)

el mismo sonido, huídas

en pasadizos de cristal,

por abismos de desidia fugado

con seres incompletos que caminan alejándose de su otra

mitad.

sábado, 6 de marzo de 2010

Hubo un tiempo que

El viento, el río, el sol va y viene, se baila, se agita

como la reina solitaria y viuda en la república

que los cien enemigos de la soledad acaban de autoproclamar

mientras dejan cenizas al paso de los vivos

anunciándoles lo muerto que estarán pronto

(ya pronto, sí, tan escaso es el tiempo

y sus tribulaciones, la nadería de este soliloquio

en el que tantos dicen "sí, sí, entiendo, entiendo,

camino, camino

pero carecen de pies, no saben dónde ir

pero te miran

pero te observan)

todo lo que se es no es más que el engaño que para ellos se reservan

cada cual con su ceguera sin saber a quién inspiran

anhelando páramos en los que resistir

la intensa rebelión que impone la necesidad al olvido

de tantos que van y vienen mientras permanece

el enigma de la herida que emborrona la flor del dibujo.

Es ya, no más, que simple hastío,

de vagar interiormente sin rumbo fijo

el mar que naufraga sobre sí mismo

despojado de lo Bello desde el mismo día del nacimiento

(qué más da dónde, qué más da por quién,

¿no nacen también los envidiosos, los egoístas

los asesinos?]

¿no son también ellos partes como yo, como nosotros

de este mundo, de este suspiro?)

mientras nuestros cuerpos quedan tendidos sobre el agua

en el largo brazo de mar que se expande hacia el infinito

náufragos de la propia desidia que nuestra carne siente

en el reencuentro de nuestras almas

como si nada quedase ya de lo que en otro tiempo lo fue todo,

sólo dedos cortados a cadáveres ensombrecidos

porque todos quieren, admiran, desean, formar parte de la gravedad

pero no hacen más que anhelar las alas

para escapar, huir, formar parte de esta insoportable levedad

en cielos donde los días no sean más que empobrecidos

lamentos de otros, siempre de otros,

alejarse, gritar, como una desquiciada en mitad del bosque

perdidos los sentidos, no quedan ya más que oídos ajenos

y pieles que se marchitan, que nada sienten,

no fuimos más que otros que se encuentran y se alejan

 y hay ya un insoportable abandono sacrificial

de mí a mí mismo, todas las mismas gentes,

todas las mismas caras

todas las mismas excusas

que llegan sin ganas de saber. En la soledad del páramo

con la espada en la mano, no hago ya más que desear partir

hacia el largo combate, ya dejado de tus alejados brazos

ya, tan solo, de mis propios deseos abandonado.

 

lunes, 22 de febrero de 2010

El rey de Esparta en lo alto de una colina

Como un ejército de girasoles mirando al infinito

 como un crepúsculo entre los ojos

 como un volcán con un tapón de hielo

en estas costas de silencio, aspiro oh ángel desposeído de llanto

a ser como un barco sin puertos para descansar ni más bandera

que aquello que se ha de olvidar

en la inmensidad de las cavernas del pasado, entre madejas de palabras desterradas de mi mano

de no haber conocido madre para un vientre desgajado

sin pasado en ninguna parte, porque en algún sitio

(es posible, no lo descarto)

alguna vez mis ojos han estado

pero ahora que se vuelven hacia dentro intentando observar

las ramas de cada árbol, no encuentran nada

sólo arena sobre el hielo deshilachado, plastificado

con la epidermis de un mundo vaciado desde dentro

sin armas ni argumentos para historias que se han de reservar

para mentiras soltadas a ras de mar, sobre la superficie misma

de las alas con las que vuela el silencio;

porque todos van y nadie viene, porque se seca hasta la sal

y nadie reclama su derecho a estar aquí,

en estos campos de ruinas hechas de sombras

donde en un tiempo íbamos

(¿lo recuerdas?)

a echar velas al aire, que nos llevaran lejos,

y quieren volver marchitos laureles de victorias

que no conseguimos;

cuánto se es en el tiempo pasado, cuánto se deja de ser en el presente

sangre, espada y veneno (a un tiempo

lo quisimos así]

apenas queda nada de eso)

Y, sin embargo, sigo esperando en los escalones del cielo

esperando que alguien me tire para caer rodando

con la esperanza de dolerme de ser míseramente humano

para quien las palabras tienen carne y hueso,

como el de los cadáveres descompuestos,

tan real como la flor de un dibujo, tan efímero

como del volcán su muro de hielo.

martes, 5 de enero de 2010

Palabras de menos

Tengo tantas ganas de odiarte que me bebería hasta la sangre

de los mares

...y la vida, que nos es tan extraña, tan ajena, a nosotros mismos, más casi que la muerte

porque se nos va en este vórtice de anhedonia y desalado

labio de nieve, parcas las horas, lacónicos los minutos

quién cortará ya los hilos que nos unen al destino,

tal vez nadie, dice el espejo entre susurros, culminando la odisea

de espanto]

de este ángel desdibujado, de esta aporía sin papeles

en pensiones en blanco y negro

que huelen a óxido, cenizas y barro. No nos queda olvido ya

en los bolsillos para irlo por ahí regalando

sólo el desprecio mutuo de habernos dejado

palabras en el camino, abierto como cuchillos sobre la carne,

como una salvedad en mitad de una gran teoría

de esas que tanto explican y que nada cumplen

tan sólo el aliento de esta piel dura.

Porque dijo el sol que se iba

mecido en los brazos de aquel tiempo

un tiempo de ayer, de piedra

y murmullo]

arrasando con la oscuridad la luz apagada, palabras insomnes

pronunciadas ya con escaso orgullo; se nos quebró el suelo

sobre nuestras cabezas,

pacientes sin remedio eficaz a los que no se les quiere decir la verdad

(quién la quiere, quién la necesita, en la mentira la felicidad

en la felicidad la ira,

y en ella la ceguera mejor que la tortura de andar tuerto)

viviendo con el aire que no podemos respirar,

que aprisiona este odio perpetuo, tanto odio que sería capaz hasta de amarte

con tal de que cortaras la sombra que nos aleja por la mitad

y pronunciaran los muertos esta cumplida promesa de volverte a odiar;

como tantas veces quise hacerlo, y tantas veces, tantas ya

que ni acordarme puedo,

te he vuelto a sacrificar.

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