Por amarte habría encerrado todos los versos del mundo
en un saco hecho con mi propia piel
(envenenada por los celos del viento, del sol,
de los fuegos de otros cuerpos cercanos)
y del cristal del que están hechos las estrellas
habría arañado todos los rincones de mi alma,
sólo porque tú me lo pidieras
sólo con que tú lo quisieras
y no ahogarme en este bosque de sombras y sueños
desmenuzados entre mentiras construidas
desde la ignorancia;
tan sólo, si pudiera haber robado todas las palabras
que componen los odios, los amores, la existencia perpetua
del olvido, para que nadie más que yo y tan sólo yo
pudiera decirte que te amo en un susurro al oído. Sólo yo,
no los que vienen desde los lugares cercanos a tu espíritu
del lugar del que no queda nadie emerjo
para ser como una lanza repleta de sangre
(la que me atraviesa en tu lejanía
en cada día que tus ojos me destierran
y buscan el imperio de otros futuros recuerdos)
la simpleza de unos cuerpos que chocan unos con otros
de los que no nos quedan más que dolor,
cubiertos de espinas, renegados al temor, al pánico, al miedo
al horror, el mismo horror de siempre
que negro lo envuelve todo
porque habría trepado hasta cada sol, hasta cada universo
para que no quedase más luz que la de tus ojos
y habría rescatado del fondo de nuestras risas
el mar en el que aprendimos a nadar de espaldas al tiempo
y ahora ¿dónde los náufragos que somos? ¿dónde
las islas solitarias a las que íbamos a quedarnos?
¿para qué el orgullo si el Destino decide
no nosotros mismos?
¿qué habrá de quedar después de haberlo
saqueado todo en la creación para ti?
Nada. Tan sólo rumor, dolor, olvido.