Sin ti no tengo ni el aire,
contigo lo tengo todo.
Luz, aire, pasado y olvido. Si no estás,
prende el viento,
cuando vuelves venzo al silencio.
Esperando encontrar lo que era,
perdido como estoy
entre los laberintos de mi mente
que no conoce puertas.
Arrancado de los confines de los desiertos
que sólo tienen sombras, rocas mudas
y testigos de los sacrificios de sangre
de alma, de mente, mente, cabeza, cerebro
la lucha feroz contra el infierno interno
el recorrido menguante hacia la felicidad
que termina en la frontera de tus manos
¿en dónde queda el aullido interminable?
¿en dónde la fuerza para seguir siendo,
el rumor, la carne frecuentada cada vez menos
y los días sin más mundo que nosotros?
Esta guerra que estoy perdiendo contra el miedo,
en cada batalla en la que naufrago,
arrebatado de mi propio lado por olas de sufrimiento
(aunque sé nadar, tú me enseñaste,
¿cómo lo olvidé? ¿cómo me dejé caer
en el fondo de este océano inmenso?)
miedo, terror, obstáculo negro que cubre los ojos
del más horrible de los velos
cuando tan sólo quisiera hacer eterno este fin
de los tiempos]
despertando en barcos hundidos donde habito
no ya con el olvido, sino con los cadáveres
de mis sentimientos; he ahogado la esperanza,
he sido reducido a cenizas por mi propio incendio,
he desandado el camino que me llevó
de la mar al río, y no he gloriosamente ardido,
no, sino que los grandes surcos de sonrisas,
de besos, de caricias, los he destruido,
por hacer de la libertad una inmensa jaula.
Pido perdón, sabiendo que es insuficiente,
lo pido como el reo condenado
sin solución, pero pido perdón como un grito
al que sólo escucha la desconfianza,
pido perdón de forma desesperada, aunque pierda
las manos entre clavos ardientes,
aunque pierda los labios besando espinas
tan sólo quiero resurgir, levantar las cadenas
que me abrazan como un gigante de miedo
y absorber cada instante de tu luz como el camino
intangible hacia ti, hacia tus sueños,
no dejarme morir en este cruel laberinto
(sólo vuestras manos, sólo vuestros ojos,
sólo vuestra entereza. No abandonéis
a este pobre mendigo lleno de miserias)
sobre todo Tú, quien le diste a mi existencia un sentido,
el de rozar el cielo, y alcanzar estrellas.