El Clan de las Tormentas: agosto 2012

martes, 21 de agosto de 2012

La ruina inevitable

Me refugio en escudos hechos

con los huesos de los cadáveres de aquellos primeros hombres

a los que conocí cuando navegué sorteando el desconsuelo

porque ya no cabe esperar que nos entreguemos

el uno al otro en sacrificio; ya no, sólo nos queda un millar de sueños

tan rotos como cuerpos contra acantilados empujados por olas

(naufragios provocados; náufrago a veces sin quererlo)

y el grito ahogado que no se escucha,

estás lejos, tan, tan lejos

que a veces echo de menos hasta el aire que dejaba tu recuerdo

lo que me hace mirar mis cadenas y preguntarme

en qué momento dejé de internarme en los espejos

por qué reduje la necesidad de amar a lo que ya había sido

¿tal vez porque ya no es?

Nunca seremos como esas hojas que juntas florecen

sino que habitaremos en este invierno que se aproxima

como pálidos cadáveres de un árbol que nos expulsa

a un marchito baile de antiguos amantes que fenecen

mientras ardemos, retratados en el hielo, y como excusa

diremos que era el Destino, no diremos que no supimos hacerlo;

sin distancia para escapar, en la huida perpetua

de nuestras manos que se alejan mientras se buscan nuestros ojos

aquellos con los que ya no quiero verte ni al dormir

(porque sé lo que entierran tus sueños)

en mañanas sin fin que anuncian la separación de cuerpos

que fueron uno, en algún momento

para quedar ahogados en lagunas frías, cielos rojos

y el humo de los recuerdos. Volverán los altos muros

que permitían hacer del silencio el dueño

y aquella anhedonia, aquella pasión glaciar, ya nada será

cuando todo se acabe toda presencia

cuando en el imperio de nuestros deseos

apenas reine la distancia, el adiós, el olvido, la ausencia.

jueves, 9 de agosto de 2012

Cristales derramados

Cuando nos hubimos olvidado,

(los unos de los otros)

percibimos el lento sonido de las cañerías, las que anuncian

la soledad de cualquier habitación donde pendencian

los suspiros que hemos ahorcado,

disparando al cielo para abrirle agujeros. Tan sólo

quise sentarme en aquel árbol y mirarte de soslayo

no tener que desear volver a la cueva.

Antes de que hubieras nacido,

la guerra ya se había perdido,

no existía más que un cuerpo vaciándose

y aunque quisiera ver tu rostro mañana

cuando muera en la batalla

(a la que fui por ti)

cuando le pertenezca al silencio al que echo de menos

como la paz de otro tiempo, aquél en el que

con tus manos]

tapabas los agujeros de mi corazón,

agujeros que ya no cubren ni tu cuerpo entero;

y así nos vamos perdiendo entre llantos de susurros

a los que llamamos sueños

mientras se van de nosotros

como perros que han olvidado a su dueño

porque igual que estuvimos como sombras a cuerpos

ahora navegamos hacia destinos diferentes e inciertos;

y ya no hay ningún refugio, ni disfraces

ya no quedan más certezas que el viento del cierzo

que rompe a través de nuestros ojos como cristales

arañando nuestras mejillas. Se acabó, porque ambos

echamos de menos]

al hombre que disparaba al sol hasta llenarlo de agujeros

para que ardiera esta ciudad inmensa que nunca nos protegió

(al uno del otro)

y siento nostalgia, claro que la siento, más de lo que fui

que de aquello en lo que me voy convirtiendo.

Porque sólo nos queda ya la certeza de la huida

hacia los lugares ya conocidos de la soledad

esos espacios comunes  donde comparten habitación

el fracaso solidificado en no ser nada

y el horror de haber perdido en los campos de la verdad

la posibilidad de ser la música de tu canción.

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