El viento, el río, el sol va y viene, se baila, se agita
como la reina solitaria y viuda en la república
que los cien enemigos de la soledad acaban de autoproclamar
mientras dejan cenizas al paso de los vivos
anunciándoles lo muerto que estarán pronto
(ya pronto, sí, tan escaso es el tiempo
y sus tribulaciones, la nadería de este soliloquio
en el que tantos dicen "sí, sí, entiendo, entiendo,
camino, camino
pero carecen de pies, no saben dónde ir
pero te miran
pero te observan)
todo lo que se es no es más que el engaño que para ellos se reservan
cada cual con su ceguera sin saber a quién inspiran
anhelando páramos en los que resistir
la intensa rebelión que impone la necesidad al olvido
de tantos que van y vienen mientras permanece
el enigma de la herida que emborrona la flor del dibujo.
Es ya, no más, que simple hastío,
de vagar interiormente sin rumbo fijo
el mar que naufraga sobre sí mismo
despojado de lo Bello desde el mismo día del nacimiento
(qué más da dónde, qué más da por quién,
¿no nacen también los envidiosos, los egoístas
los asesinos?]
¿no son también ellos partes como yo, como nosotros
de este mundo, de este suspiro?)
mientras nuestros cuerpos quedan tendidos sobre el agua
en el largo brazo de mar que se expande hacia el infinito
náufragos de la propia desidia que nuestra carne siente
en el reencuentro de nuestras almas
como si nada quedase ya de lo que en otro tiempo lo fue todo,
sólo dedos cortados a cadáveres ensombrecidos
porque todos quieren, admiran, desean, formar parte de la gravedad
pero no hacen más que anhelar las alas
para escapar, huir, formar parte de esta insoportable levedad
en cielos donde los días no sean más que empobrecidos
lamentos de otros, siempre de otros,
alejarse, gritar, como una desquiciada en mitad del bosque
perdidos los sentidos, no quedan ya más que oídos ajenos
y pieles que se marchitan, que nada sienten,
no fuimos más que otros que se encuentran y se alejan
y hay ya un insoportable abandono sacrificial
de mí a mí mismo, todas las mismas gentes,
todas las mismas caras
todas las mismas excusas
que llegan sin ganas de saber. En la soledad del páramo
con la espada en la mano, no hago ya más que desear partir
hacia el largo combate, ya dejado de tus alejados brazos
ya, tan solo, de mis propios deseos abandonado.
1 comentario:
No sabes cuánto me alegro que te guste.
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