Deshaciendo las horas perdidas que marcan los relojes
a los que he descuartizado con los dientes
para no ser heridos por la evidencia del tiempo que pasa
en un mundo donde no podemos viajar en tranvías
a los que llamar deseo
donde tengo zapatos de plomo porque nunca aprendí
a vivir en la superficie de tu cuerpo
visionando los días en los que dejaba tras de mí la huida
sin decir adiós. De aquellas apariencias tranquilas
de batallas no libradas
por nosotros, los que habitamos en la casa muerta
esperando que el viento del norte se lleve las hojas muertas
que hemos marchitado
(mais la vie sépare ceux qui s'aiment…)
iluminando la tempestad que nos asola
en nuestra carne de cemento, de metacrilato, lisa, lejana
fría y casi tan obscena como una noche en mitad del recuerdo
ya no voy donde existe la posibilidad del encuentro
(porque es un viaje infinito, a destiempo, allí donde
es necesario primero sellar el olvido]
en pasaportes de cadáveres desguarecidos; no fuimos más que eso
en momentos en los que la vida era más bella
y el sol plus brûlant qu'aujourd'hui. Las pisadas de aquellos pies
ajenos sobre el techo descuidado, el olor a unión
antes de que todo fuera lejos, distancia y muros de vacío,
de ignorar hasta las palabras que anhelamos escuchar),
alejándonos de este cuento sobre el fin del mundo
en donde prolongamos una vida que ya no existe
porque cuando se carece de presente, el pasado es exilio
y el futuro la única huida.