Tal vez otro día, quién sabe, encontremos
estas ínfulas de volar tan alto, más alto que la voz misma
como una muestra pensada, no sentida,
de lo que otro día fue
un lugar de donde no se siente ni que el tiempo exista
y, en cambio, se tiene seca la garganta
(y por ello sangra con algunas palabras,
no todas, es cierto, sólo aquellas que no se podían decir
porque del olvido atrás se quedaban)
queda pactado, pues, nuestro camino, un Destino roto
colapsado en sí mismo como una vela en el vacío
sin aire ni fuego ni energía ni nada,
sólo ya la visión del Palacio derruido, en manos
de otros cuyos ejércitos, siempre más poderosos,
se convirtieron en barcos con los que cruzar lagos
de olvido en los que se desenvolvían onerosos
todos los recuerdos,
(por suerte van quedándome menos)
y ya no somos lo que éramos, a pesar de las cavernas
inundadas]
a pesar de las noches
desterradas]
a pesar de las mañanas
pobladas]
de más, más palabras, todas las necesarias
que quedaron grabadas en el frío de aquel invierno
en la electricidad de nuestro pensamiento
y hasta en la sangre de la herida derramada. Más, más palabras
para un Destino roto, expuestas tan rojas
sobre la faz de los rostros borrados, de los números
escondidos en sonrisas de plástico
de los gritos ahogados por pantallas de silencio
que como a ojos querían asemejarse
ahora que todo se ha ido, se fue el tiempo de los dedos
de la piel encerrada en un alma, y las promesas enjauladas
y los versos encriptados, nada queda, como siempre pasa
de lo que lo fue todo, ni harto recuerdo en la memoria
ni siquiera un sonido grabado, una imagen retenida
porque nada hay en la ausencia de uno mismo. Apenas, tal vez
el paso del tiempo, sonoro, ligero como plomo
en el alma, un denso sentido de lejanía y un Destino roto
por cuatro labios que a todo menos
a la Eternidad llamaban.