El Clan de las Tormentas: abril 2008

viernes, 18 de abril de 2008

Eternamente azul

Ayer vi un azul que se enredaba entre las nubes mientras volvía a casa en bicicleta. Era un azul eléctrico, místico, olía a mar, podía tocarse y detrás de él estaban todas las cosas. Era un azul eterno que me recordó, me trajo, me dijo puntadas en la mente que dolían como descargas de clavos sobre la piel. Llevo tiempo sin hablar, porque también es cierto que no sé qué decir. Ayer, durante un breve momento, el azul eterno me hizo vibrar, sentir por una milésima de segundo la necesidad de volver a la cueva. Últimamente no hago más que salir de caza y vivir como puta del sistema. He vuelto a darle al cloroformo, a dejar que todo se anestesie. El azul no se va, se queda en mi cabeza, con las risas, con las lágrimas también claro, con todo, con lo que era una verdad muerta que siempre acaba centelleando como recién nacida. Un año duro, un annus horribilis para el chamanismo en general. Nadie dijo que las revoluciones fueran fáciles.

Siempre pensé que mi cerebro era como una casa en penumbras. A veces podía alumbrar cosas sueltas, muebles más o menos viejos, pero podía reconocer casi todas las cosas porque todo era parte de lo mismo. Las mismas caras, las mismas gentes, las mismas excusas. La luz que algunos traían siempre era ridícula, tenue, generalmente un foco muy brillante en un punto que apenas servía para darle forma a las ideas, a los recuerdos. No existía el azul eterno, mítico, tangible, que diera a todo un aspecto vital y humano. Siempre, entre iluminaciones en la sombra de pequeñas luminarias como antorchas pintaba bisontes en esta cueva cada vez más olvidada. Nunca dejé de apreciar, sin embargo, mi escasa memoria emocional. Mejor así.

Pero el azul eterno me trajo milésimas de segundo de una percepción que perdura más allá del simple eco. Una música en forma de voz cuya melodía casi de miserere podía elevarse sobre el asfalto, sobre los coches que pasaban, el semáforo aún en rojo, los peatones impacientes jugándose el pellejo. Mientras el viento me daba el cara y pasaban a toda velocidad aquellos monstruos de metal y gasolina junto a mí el azul iba entrando dentro, destrozando la casa en penumbras como un fuego frío, fatuo. Abrí los brazos, pretendí volar para desde el cielo poderte encontrar otra vez en este imposible que se escapa entre mis dedos.

Pásalo

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