Antes era el hombre que nunca decía adiós
y ahora, mírame, lleno de despedidas,
simulando este desprecio que nos hace la vida
al entender que algo de nosotros, entonces, ya murió
ahogado entre el rumor de las cosas más sencillas
que hacíamos para reírnos de la eternidad
(la gente huía entonces de lo efímero
nosotros quisimos adentrarnos, como ellos, en la muerte
que es lo único que nunca se acaba)
no dimos más que con nuestros huesos en la inmensidad
cuando juramos no volver a verte
lo hicimos mi yo que no se despedía jamás de ti
y aquél que destruiste al alejarte de mi
en inmensos campos de soledad]
qué horror, sentirte
ya como pasado, ya deshecha de mis manos
huida de todo lo que nos prometimos en silencio
(es cierto que todos, al final, huimos de la verdad)
y así llega el punto en el que se acumulan los objetos
que habéis ido dejando, los libros inútiles
que ya no guardan versos]
el futuro contenido en hijos que no tendremos
progenie a la que no cubriremos de besos,
los zapatos rojos, los ojos azules, la irreductible juventud
a la que tan sólo vence el tiempo. Ya sólo queda
la lejanía del ángel exterminador que me llevará en su vuelo,
cada vez más cerca, acercando al adiós
de todos los cuerpos]
y yo cada vez más cerca, más, de besar el suelo.