En las playas de granito que asolan tu memoria dejo mis manos
que golpean los muros horizontales que separan
el ayer del mañana, o del hoy,
(qué más da, no nos importa
a mí no, al menos]
porque he hecho de lo que soy
una muestra de esas que se preparan
para ser consumidas en dosis adecuadas)
y así permanecer en los recuerdos de la gente
que vamos dejando tras de nosotros
y que llevan tras de sí
el peso de vivir en una pensión de olvido
en la calle del azul, azul, azul, siempre oceánico
aunque los únicos rostros
que ya llevan ese azul sean los mismos de siempre
difusos, reflejados en los charcos de calles oscuras
donde la gente va a dormir a pensiones
de olvido, en habitaciones que reservaron hace tiempo
a sabiendas de que tanta piel es inútil
porque nos sobra más lo que nos cubre que lo que somos,
caras, labios, palabras emitidas al viento y que vuelven
arrojadas contra nosotros; la cueva es el refugio
y su obscena oscuridad]
una salvación y una promesa de paz atrapada
entre las cuatro paredes de aquella soledad
a la que se abrazan todos los que van y vienen
por los bulevares y las avenidas de la ciudad silenciosa
preguntando si quedan habitaciones
en las pensiones del olvido; sufrimiento es dolor con memoria
y de recuerdo se alimentan los que en sus ojos tienen
el azul clavado, mientras pasan todos, cuerpos
que van y vienen haciendo espacio entre un día y otro
sentados en grises bancos de aire en parques metálicos
tumbados sobre camas donde gimen sus maletas
al ir de lado a lado de sus memorias, de sus recuerdos,
en vidas que no hemos vivido porque de donde no hemos estado
no podemos ya irnos
y vivimos, así siempre, en una eterna marcha que intenta
dejar atrás]
lo que somos, y lo que hemos sido.