No llovía.
El último día.
No llovía. Lo hizo cuando tomé al asalto tus labios,
(y tú te dejaste, a pesar del arrepentimiento)
y siguió haciéndolo mucho después, en las calles de tu cuerpo
seguían las tormentas alrededor de tu pensamiento
apenas pude alejar el frío que recorría tu deseo
no conseguí encontrar los caminos
para hacerme en tus brazos eterno.
No llovía, aunque lo hizo, a veces, en los ojos
y otras veces cuando fui convertido en recuerdo;
tantas veces quedó rendido el deseo de amar
que fui vencido por mi propio silencio
hasta quedar exiliado de mi propio cuerpo.
Llovía, sí, lo hizo, en rojo en mis brazos aquel día
y luego dentro, muy dentro,
la tormenta que provocaron las nubes
de tus alegrías,
y las largas despedidas, el ser convertido en simple pasajero.
No llovía. Aquella noche perdida, perdidos,
lo más cerca lejos de tu cuerpo, vencido por la cobardía
olvidando que no hay más oportunidades
cuando pierdes en este juego.
No llovía.
No lo hizo la última vez, en la despedida.
En el adiós, no llovía.
Y a pesar de todo en tu ausencia parece que lo hace cada día.