Sangre destrozada por dentro, sangre aceitosa, decolorada
perdida entre unos senos,
sangre de una víctima asesinada
por tener la lágrima envidia del océano
la que no tengo, ni sangre, ni lágrima, ni miedo
a este deseo que de tanto repudiarlo se vuelve obsceno
(cazador sin noche, albergo cuchillos para
rasgarme las manos,
como si fueran sus dientes el sol y el día la oscuridad)
ni en sueño me zafo de mis anhelos, ni en el olvido
encuentra ya mi alma carnosa un liviano consuelo
tan sólo el desangrarse para no mostrar por fuera
la nostalgia de lo que grita por dentro
en este atardecer de la melancolía
y estos días que me sangran;
ya no hay callejones donde refugiarse para llegar
a tus presas, cazador de tempestades,
ya no quedan más refugios ni formas de escapar
a estas cadenas]
ya estamos únicamente destinados a perseguirnos
de esta manera,
tan esquiva, como el león herido que huye en mitad de la ciudad
sin conocerla, sin haberla pisado nunca,
recordando aquellos días de humo, cigarrillos y cerveza,
aquellos tan lejanos que olían a cabellos recién lavados
tan artificial como reciente, no eran campos, no, donde vivíamos,
era todo un nido de aceras, una pradera de piedra
donde los altos edificios nos escondían de miradas kilométricas,
ya éramos los que nunca quisimos ser, gente que respiraba arena,
patético delirio de hojas muertas
sin salvedad ni nada más que eso. Allí, sous le ciel de,
da igual cuando cualquier cementerio es bueno para recrear
nuestra última cena; nada queda ya del recuerdo
más que el recuerdo mismo del que más cerca estaba
mientras más intentaba alejarme.
Y ahora, entre murmullos, vuelvo a mí; he cruzado tan fuerte el espejo
que al partirlo mi sangre se ha fragmentado
y puedo verla en cada trozo mientras mi reflejo dividido
me dice, me grita tan despacio que puedo olerlo,
cada trozo es mi parte y mientras más intento unirlas
más me fragmento,
(sangre, sangre, sangre por todas partes)
al haber matado el futuro para seguir allí, en aquél pasado
perdidos los dos en la inmensidad de este mundo de pantallas
que esperan la destrucción del exterior,
como iglús que se abrazan al llegar la primavera, esperando
un final definitivo que apague los días,
que apague nuestras vidas.