El Clan de las Tormentas: noviembre 2011

jueves, 24 de noviembre de 2011

Black Thursday

Hoy me acuerdo de ti como una exhalación en el aire

evanescente  como el polvo que hace más dolorosa la herida

de un tiempo que no nos da ni tregua, ni consuelo

de lo que fue a esta parte aquello que tuvimos entrelazados

en arenas de desiertos corporales, las pieles quemadas

por tantas, tantas deslealtades

(y ahora, fíjate, yo soy lo que tú eras

y sufriré, lo sé, la amarga dulzura de tu condena

no quise, sin embargo, ser lo que digeriste en el odio

sino haberme pertrechado tras abismos de soledades

en los que vivíamos a pesar de tanta inopia vital);

fue tanto el delirio del viaje que emprendimos al alejarnos juntos

de los nudos que nos ataban en nuestras manos

no entre nosotros, sino a nosotros mismos,

con los ojos pegados al suelo de barcos naufragados

hasta romper los muros del deseo ajeno

muros en los que habíamos dibujado los mapas para encontrarnos

entre silencios de cartón donde gritábamos para otorgarnos

la razón de nuestra despedida

(y ahora, mírame en tu ceguera, soy lo que tú eras

y palidece mi sombrío hastío ante lo que sé que vendrá

porque no entiende el mar de arena más que en la orilla

donde finaliza el mismo instante de ser de una ola)

cada error que marcamos en ese tiempo que nos hería en los dedos

¿qué fuimos para no ser nada? ¿qué dejamos

en todos aquellos días en los que pensábamos

sólo en lo que seríamos mañana?

¿era, tal vez, la decepción continua que da el vivir sabiendo

que todo tiene un fin?

(y ahora, que sólo eres inexistencia y vacío,

entiendo todo aquello por lo que desesperas

porque entre lo que callo y lo que no digo

voy comprendiendo cómo encender el cigarro

dentro del vaso de whisky, dentro del horror

de entender que ahora soy, lo que tú eras).

martes, 15 de noviembre de 2011

La espiral perpetua

Es tiempo de adiós cuando el olvido es silencio

cuando no queda alma de los cuerpos que un día fueron

como sombras unidas por un único sol. Ahora todo es sombra,

pastos de ceniza seca que en extrañas hogueras frías

hemos ardido; sin el ardid de mostrarnos

como éramos.  Un escarmiento desvalido y cadaverizado

por la palabra errante que te busca y no te encuentra

en los momentos ausentes de nuestros cuerpos

(no fuimos más que otra forma de ser un secuestro a otro tiempo)

y ahora, pulsando las preocupaciones de la frustración

nos encontramos labio a labio oxidado

en la renovada y alegre desesperación

de habernos removido de nuestras manos;

tan sólo el abismo, tan solos los dos

ojos que miran hacia dentro.

No hay nada]

terribles motivos para el descontento,

cuando se busca entre palabras la carroña que nos alimenta

por dentro. La duda no resuelta de si los días pasados

existieron o fueron sólo espejismos, aire muerto

entre los dedos]

olas que intentan inundar desiertos,  humo denso,

culpable de la sangre que brota del suelo de este arrepentimiento

en la fragua herida donde forjamos aquellas armas

las mismas que usamos para mutilar nuestros abrazos

en las vueltas que dimos a este mundo que creímos nuestro

y ya, ahora, ya vemos, que arrojado está lejos,

porque nosotros ya no somos los que éramos, sólo despojos

de sombras, de mentiras, de realidades al descubierto,

caiga sobre mí tu espada sin filo ¡quiero ya desesperar y morir!

en esta larga noche que no conocerá mañana

en esta oscuridad que sobreviene a la batalla

derrotado ya sin alma ni resuello, sin esperanza

ni deseo]

caiga sobre mí tu espada sin filo y me convierta, herido

sobre tu pecho, en plomo, en herrumbre,

en lanza, en mortal, deshaga de mí este deseo de sombra

y encuentre el camino donde todos los que han acudido

ya han muerto;

caiga sobre mí tu espada sin filo, quiero ya marchar

al lugar del que fui, al lugar del que nunca he vuelto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El fin del mundo

 

Vivimos olvidados en esta conjura de idiotas

en calles que ya recorrimos para llegar aquí

y otra vez nombrando demonios que resucitan

con las manos, con la libertad de los vasos llenos de alcohol

y colillas, y humo, el sudor de los cuerpos fríos

que ya no se encuentran

(llévame alma fuera de este cuerpo inútil)

porque olvidé la premonición que me hice al entregarme

en sacrificio (nada cambia, todo sigue igual

que ayer, que entonces

en estos cambios degenerados en sombras

plenilunios de la inconsciencia

en la soledad a la que quedamos atados de por vida

sin rumbo de perdición, porque no queda gloria;

y andamos preocupados, ya lo creo, por las lágrimas silenciadas

por la incertidumbre de la ausencia)

derrumbando los caminos que construimos para encontrarnos

y dejando, tan sólo, escombros de tinieblas

en las que se retuercen los hijos imposibles de tener

aquellos que se pensaron, que se dijeron, que se olvidaron

en todo el tiempo del futuro pasado. Es adiós

prendido entre los labios que fueron cuchillos en cada beso

y de los que apenas quedan hojas marchitas

que piden lujo, calma, nada más, sonrisas artificiales

hasta que, al fin, plastificamos nuestras horas

todas las que nos hieren, aquella que nos mata

finalizando en este preciso instante lo que ya es final

o es preludio de la lanza, el veneno, el cuerpo moribundo

de todos los que por ti combatieron, todos caben

en mis manos, todos por ti han luchado

(y, sin embargo, son nuestros actos los que se derrumban

y, sin poder demostrarlo, es la tumba de nuestros espantos);

esperando tan sólo el silencio de los campos

en los que fui herido, estos campos de ruinas que fueron

en otro tiempo, espacio para un sueño amargo.

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