El Clan de las Tormentas: La imperfección automática

viernes, 3 de septiembre de 2010

La imperfección automática

Atrapado conmigo mismo en los jardines delirantes de tu memoria

recreado secretamente por las palabras encontradas

y las aperturas de bocas en silencio que dicen cosas

desde tus ojos,

porque no hay eclipse que brille más que tus veladas

ausencias, que no dicen ni expresan más historia

que la escrita bajo las piedras del templo destruido

de nuestra complicada proyección cristalina

en rimas discordantes de tu ausencia, de tu larga y pretendida

descarga de ira sobre las tormentas de manos rotas

por tu ruido interior,

tanto que echaré de menos hasta el eco de tus silencios

tanto que recorreré hasta los caminos deshechos tras tus pies

todos aquellos que convertiste en soliloquios de crueldades

fusiladas tras los muros de tu deseo, aquellos que separaron

tu cuerpo del cielo y mi alma de la tierra

como muertos cuya vida jamás se produjo

ni de ti, ni de nada, ni aquello que quedó de nosotros

esperado, al otro lado de la lanza y del veneno

consumido por nuestros labios, no unidos, no hallados, no encontrados

porque en el mar de tus abrazos quedan, entregados,

los recuerdos de mis amores náufragos. Hacia el horror

de ser fantasma de ti en desiertos no claudicados,

hacia el eclipse solar en la primavera de tus sueños erradicados.

Con el alma entrelazada al final de la cabeza y perdida entre los señuelos

que dejan tus despedidas; no son más que sombras

que denuncian que tengo la sangre circulando por las concavidades del alma fragmentada como los cristales

de un espejo roto a golpes,

todo se queda en nada cuando huye de la sensatez hasta la tormenta

y se convierte en calma. A pesar de la ansiedad en la ausencia,

a pesar del desquiciante tormento de tu irremediable presencia

que torna igual en desidia que en flores

y en delirios de grandeza

a estos días tan miserables de los cuales nada nos queda

(y escucho temblar al león en su propio territorio,

siente el miedo, lo sé, de la soledad sobre el cerebro y el cuerpo

sobre el alma y el espejo, de romperlo, golpes y a golpes

se resquebraja, y se quiebran las manos, sus garras

los ojos le laten, el corazón mira a cualquier parte

la ceguera plateada del día

los cuernos del ciervo)

Nos vamos, más allá de la línea que nunca dibujamos

la que nunca atravesamos por el miedo que se parasen los relojes

tú en tu tiempo, yo en el mío

décadas de distancia reunidas en un mismo espacio

y las espinas de las manos arrastrando tu espalda hacia el silencio

como un hombre arrasado en su piel y sus dedos

que es inconsistente como el humo, como los labios, como el peso de la huida hacia dentro;

hacia ese lugar donde el encuentro llega un instante

justo antes del frío, del agua, del miedo, del sueño

mientras llega el silencio, el rumor, el olvido, el adiós.

1 comentario:

María dijo...

inconstante como el frío o los labios...
Bueno!

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