Sólo voy recogiendo del suelo las migas que van quedando,
apenas pudiendo comer, vomitando de miedo y silencio
al sabernos tan sólo extraños en un futuro no muy lejano
(preguntándome si realmente te amé
o amé el vago espejismo de haber ido olvidando
que no queda nada de la gente que va y viene)
¿no ves ya cómo nos vamos diciendo lentamente adiós?
agitando las manos tan fuertemente que nos golpean
en la cara, en todas las pesadillas que soñé
en las que huías de mis abrazos, y ahora son para ti
prisiones, cárceles, condenas a este desastre anunciado
porque al mirarnos no vemos ya más que un espejo roto
golpeado al lanzarnos al abismo despreciado
del tiempo]
(al final nos pudo el tiempo, sí, nos venció
nos llevó a cada uno de nuestro lado)
espejos que atravesamos y ahora llenamos de sangre
y en cada fragmento una imagen de nosotros
devorados. Es tanta la distancia entre nuestros ojos
que ciegos caminamos,
y es tanto el dolor que nos provocamos,
que preferimos huirnos, dejarnos despojados;
aliento de besos congelados, reducidos a huesos y cenizas
quemados por un sol que nos dejó,
nos abandonó, despiadado,
y mientras ya vamos recogiendo lo que nos queda
sólo la herida no cicatriza. Tantas noches como ésta quise rendirme
y que tú vencieras a mis labios,
y en tu despedida sólo encuentro el desprecio,
de todo lo que de mí has olvidado.