La conflagración secreta, interna, que parte del cielo roto
como estigmas en un inmenso cadáver reseco
y baja hacia este tedio eterno en el que se vive solo
sin necesidades de ausencia, sin alas sesgadas por un viento
excesivo]
sí, hace demasiado viento, tanto que duele en los ojos
que inspiran el aire por dentro, más adentro,
en la nulidad de estos lluviosos infiernos en los que, como desiertos
nos dejamos llevar sin remedio; como si el mismo aire rojo
se volviera azul, olvido, lejanía de un retrato perdido, y ese mismo aire
no nos dejara respirar. Ese mismo aire convertido en asesino
a sueldo]
(¿de quién? me pregunto)
si tan sólo aspiramos ya a establecernos en nuestro territorio interno
demarcando fronteras que no van más allá de nuestros dedos
y vomito frases que no tienen sentido más que vueltas del revés
y estrangulo con mis rodillas a este árido suelo
mientras vuelve otra deriva de más, otro día de menos,
arrojados a esta batalla sin enemigos en las que nadie conoce
nuestros secretos;
brillante epílogo vital para estos espasmos últimos, esta cadencia
cristalina]
esta flor del dibujo que herida se convierte en un vuelo. Silencios a gritos
para sordos, con la piel de hojas de otoño y en el recuerdo
otra pensión de olvido.