Hubo un tiempo que partí para purgar mis pasiones
bajo la sombra de un sol interior que todo lo ahogaba
y de aquello no queda más que la repetición continua
del soldado que recuerda todas sus deserciones
en el remordimiento continuo de pensar que todas escapaban
y en el descubrimiento de hallar la respuesta
(imposible, al enigma jamás resuelto
me digo, jamás
me digo, para qué)
en el remedio de formarse estúpidos vuelos alrededor
de invisibles torres de metal y pájaros eléctricos
de enredaderas y todo eso; no había, sin embargo, piel
bajo tu velo]
ya que hubo un tiempo que amar no era destruir
ni tampoco el ridículo anhelo de transformarse
en el enemigo interno al que deberíamos resistir;
no, nada más lejano a eso; y, sin embargo, sigo bajo el efecto
de cualquier ojo, de cualquier motivo para desear el deseo
porque hubo un tiempo que la revolución tenía sentido
es más, hubo un tiempo que era el destino
de todo aquel que quisiera estar más allá de la sangre
y de la lanza, de los muros que marcaban la frontera
entre siempre o jamás, entre encontrarte
(o, mejor, en calma sobre el desierto que tu voz asfixiaba)
y dejar de buscarte; para qué, si en el camino hacia atrás
en los mares enormes como lagos en los que mi rostro no se refleja
ni forma hay de arrojarse y quemarse bajo el agua de los círculos azules
porque ahora es inviable caminar hacia tu cuerpo
no lo tienes, ya no es tuyo, será, como lo ha sido siempre
de la inexistencia de ningún vínculo, de ningún secreto;
porque hubo un tiempo que mi voz era tu sangre y tu alma mi palabra
y de eso no hace tanto,
(me hago viejo para el abismo, tal vez de tanto vivir una eternidad
en un segundo]
o quien sabe si de nosotros mismos)
hace tan sólo un soplo efímero en una tormenta extensa
hace lo que la flor en el desierto de tus primaveras
y lo que queda, después de haberse helado tus palabras
sin que las pronunciaras
sólo un cuerpo habitado en otro lugar, en otro tiempo
en aquel que hubo una vez en el que la piel que te tenía
era el cadáver de las emociones de hoy.
Por eso, como siempre, no eres tú quien se va
sino que, de nuevo, soy yo el que me voy.