El Clan de las Tormentas: agosto 2010

viernes, 13 de agosto de 2010

Hubo un tiempo que…

Hubo un tiempo que partí para purgar mis pasiones

bajo la sombra de un sol interior que todo lo ahogaba

y de aquello no queda más que la repetición continua

del soldado que recuerda todas sus deserciones

en el remordimiento continuo de pensar que todas escapaban

y en el descubrimiento de hallar la respuesta

(imposible, al enigma jamás resuelto

me digo, jamás

me digo, para qué)

en el remedio de formarse estúpidos vuelos alrededor

de invisibles torres de metal y pájaros eléctricos

de enredaderas y todo eso; no había, sin embargo, piel

bajo tu velo]

ya que hubo un tiempo que amar no era destruir

ni tampoco el ridículo anhelo de transformarse

en el enemigo interno al que deberíamos resistir;

no, nada más lejano a eso; y, sin embargo, sigo bajo el efecto

de cualquier ojo, de cualquier motivo para desear el deseo

porque hubo un tiempo que la revolución tenía sentido

es más, hubo un tiempo que era el destino

de todo aquel que quisiera estar más allá de la sangre

y de la lanza, de los muros que marcaban la frontera

entre siempre o jamás, entre encontrarte

(o, mejor, en calma sobre el desierto que tu voz asfixiaba)

y dejar de buscarte; para qué, si en el camino hacia atrás

en los mares enormes como lagos en los que mi rostro no se refleja

ni forma hay de arrojarse y quemarse bajo el agua de los círculos azules

porque ahora es inviable caminar hacia tu cuerpo

no lo tienes, ya no es tuyo, será, como lo ha sido siempre

de la inexistencia de ningún vínculo, de ningún secreto;

porque hubo un tiempo que mi voz era tu sangre y tu alma mi palabra

y de eso no hace tanto,

(me hago viejo para el abismo, tal vez de tanto vivir una eternidad

en un segundo]

o quien sabe si de nosotros mismos)

hace tan sólo un soplo efímero en una tormenta extensa

hace lo que la flor en el desierto de tus primaveras

y lo que queda, después de haberse helado tus palabras

sin que las pronunciaras

sólo un cuerpo habitado en otro lugar, en otro tiempo

en aquel que hubo una vez en el que la piel que te tenía

era el cadáver de las emociones de hoy.

Por eso, como siempre, no eres tú quien se va

sino que, de nuevo, soy yo el que me voy.

jueves, 5 de agosto de 2010

A veces pasa que…

A veces pasa que todo lo que existe se marcha y se queda

a un tiempo]

que se nos escapa la sangre por el desagüe

como si lleváramos las venas en blanco y negro

y a veces pasa que la ausencia quema, te vuelve moribundo

de olvidos y recuerdos; nadando sobre el cristal

pereciendo de soliloquios enterrados bajo la arena

de pieles no tocadas, de ojos no atravesados

(voy a salir al otro lado del espejo,

pero sin luz, ni siquiera sobreviven los muertos)

porque a veces pasa que toda calma es un tormento eterno

cuando lo que se tiene es ausencia

y a veces desde el espacio desdibujado que queda en el pensamiento

de estar, preso y condenado, hacia el vacío del abismo inhóspito

en el que viven, y por eso es contradicción

los proverbios, y las palabras, y todo lo hecho de antemano, lo que me dice a mí mismo]

que me olvido, que me voy hacia donde miento

sobre lo que he estado haciendo, sin reconocer que he de pagar

(el precio necio de estar viviendo)

para seguir reteniendo mecánicamente este barco naufragado

hacen de mí ausencia todos los dones,

todo lo entregado al pasivo rumor del viento

silencioso, vigilante desde dentro;

Y a veces pasa que quiero vengarte del tiempo

 (por haberte robado tanto de mi lado)

e insiste, pérfido, en seguir sosteniendo tu presencia

aunque no te conozca, no seas más que sombra, rumor y aliento

(que ambos no queremos; o tal vez, es posible

que sí por el bien de lo que digo)

todo lo que queda es huir, escapar hacia el centro del huracán

cuya coherencia perdimos, jugando a ser como esos héroes

que por vivir en un espacio cuántico han muerto. Y eso que, dicen,

es tan simple que pase, que venga, que sea aunque fuese

y no haya nada]

aunque a veces pasa que llevas en los ojos las espaldas del cielo

y sobre ellos cargas la espada, la batalla, la derrota,

el campo donde, aunque vayamos a morir, allí te espero. Allí,

siempre allí, lejos, tan lejos, donde el sol sea un rumor efímero

y el atardecer una flor dibujada sobre el hielo. Y a veces, solamente

a veces pasa que el cuerpo se deshace del alma

y para ésta sólo quedan tormentas que no escampan

ni cenizas, ausencias, reliquias de vidas, nada. 

Pásalo

Mandame a Facebook