jueves, 25 de febrero de 2010
lunes, 22 de febrero de 2010
El rey de Esparta en lo alto de una colina
Como un ejército de girasoles mirando al infinito
como un crepúsculo entre los ojos
como un volcán con un tapón de hielo
en estas costas de silencio, aspiro oh ángel desposeído de llanto
a ser como un barco sin puertos para descansar ni más bandera
que aquello que se ha de olvidar
en la inmensidad de las cavernas del pasado, entre madejas de palabras desterradas de mi mano
de no haber conocido madre para un vientre desgajado
sin pasado en ninguna parte, porque en algún sitio
(es posible, no lo descarto)
alguna vez mis ojos han estado
pero ahora que se vuelven hacia dentro intentando observar
las ramas de cada árbol, no encuentran nada
sólo arena sobre el hielo deshilachado, plastificado
con la epidermis de un mundo vaciado desde dentro
sin armas ni argumentos para historias que se han de reservar
para mentiras soltadas a ras de mar, sobre la superficie misma
de las alas con las que vuela el silencio;
porque todos van y nadie viene, porque se seca hasta la sal
y nadie reclama su derecho a estar aquí,
en estos campos de ruinas hechas de sombras
donde en un tiempo íbamos
(¿lo recuerdas?)
a echar velas al aire, que nos llevaran lejos,
y quieren volver marchitos laureles de victorias
que no conseguimos;
cuánto se es en el tiempo pasado, cuánto se deja de ser en el presente
sangre, espada y veneno (a un tiempo
lo quisimos así]
apenas queda nada de eso)
Y, sin embargo, sigo esperando en los escalones del cielo
esperando que alguien me tire para caer rodando
con la esperanza de dolerme de ser míseramente humano
para quien las palabras tienen carne y hueso,
como el de los cadáveres descompuestos,
tan real como la flor de un dibujo, tan efímero
como del volcán su muro de hielo.