Tal vez hemos encontrado el corazón agujereado, como un eclipse
en mitad de un estanque,
como el dolor de los huesos encontrados tras la puerta
y llenos de balas disparamos al cielo con nuestros ojos
persiguiendo todas las tormentas a las que quisimos abrazar
con nuestros dedos siendo cuchillas de cristal
desde el sonido que describe la amarga curva de tu elipse
hasta todo aquello que de este tiempo se espante
como la pistola del hombre muerto que nos espera
con su mano reposada sobre la cabeza del que vuela
por nosotros, persiguiendo todas las luces que apagamos
con nuestras cabezas hablando a nuestros cuerpos sordos. Quisimos
que no existiera un tiempo en el que no nos quisiéramos,
(entonces, no hubo pasado, ni lo necesitamos)
y en aquellos desiertos polvorientos del desconocimiento
recordamos las batallas a las que no nos presentamos
(y en las que, a pesar de ello, ya estábamos)
cuando te vayas, ¿qué?, posiblemente sólo la tormenta]
arrinconando en los espacios que quedan entre los espejos
el miedo y el vacío, las piernas enredadas como las ramas
de esos árboles brillantes como el fondo de los mares;
no le queda ya tiempo a nadie, se fue desintegrado en el espejismo
de ser humo de tránsito entre disparos silenciosos
de la pistola herrumbrosa del hombre que ha caído,
porque vivimos en todas las revoluciones
yo sólo quiero morir en la tuya]
aunque tenga que pasar días viendo el sol encarcelado
entre mi sangre. Hacia la última frontera de nuestras vidas
encuentro los abismos iluminados, los vastos ríos
de soliloquios orillados]
las inmensas praderas de hastío donde germinan los cuervos
a los que tu piel transforma en mis hijos descarnados;
todo aquello que fuimos no forma ya parte, ni siquiera
de la ciudad a la que llamamos Pasado
y en la que ahora se crían sombras para poder ocultarnos
de este lago ahogado en tus ojos, de esta alma
encarcelada, limitada por mi piel. Con el cielo entre tus dedos,
y la luz entre tus manos.