El Clan de las Tormentas: enero 2011

martes, 4 de enero de 2011

La pistola del hombre muerto

Tal vez hemos encontrado el corazón agujereado, como un eclipse

en mitad de un estanque,

como el dolor de los huesos encontrados tras la puerta

y llenos de balas disparamos al cielo con nuestros ojos

persiguiendo todas las tormentas a las que quisimos abrazar

con nuestros dedos siendo cuchillas de cristal

desde el sonido que describe la amarga curva de tu elipse

hasta todo aquello que de este tiempo se espante

como la pistola del hombre muerto que nos espera

con su mano reposada sobre la cabeza del que vuela

por nosotros, persiguiendo todas las luces que apagamos

con nuestras cabezas hablando a nuestros cuerpos sordos. Quisimos

que no existiera un tiempo en el que no nos quisiéramos,

(entonces, no hubo pasado, ni lo necesitamos)

y en aquellos desiertos polvorientos del desconocimiento

recordamos las batallas a las que no nos presentamos

(y en las que, a pesar de ello, ya estábamos)

cuando te vayas, ¿qué?, posiblemente sólo la tormenta]

arrinconando en los espacios que quedan entre los espejos

el miedo y el vacío, las piernas enredadas como las ramas

de esos árboles brillantes como el fondo de los mares;

no le queda ya tiempo a nadie, se fue desintegrado en el espejismo

de ser humo de tránsito entre disparos silenciosos

de la pistola herrumbrosa del hombre que ha caído,

porque vivimos en todas las revoluciones

                                              yo sólo quiero morir en la tuya]

aunque tenga que pasar días viendo el sol encarcelado

entre mi sangre. Hacia la última frontera de nuestras vidas

encuentro los abismos iluminados, los vastos ríos

                                                                 de soliloquios orillados]

las inmensas praderas de hastío donde germinan los cuervos

 a los que tu piel transforma en mis hijos descarnados;

todo aquello que fuimos no forma ya parte, ni siquiera

de la ciudad a la que llamamos Pasado

y en la que ahora se crían sombras para poder ocultarnos

de este lago ahogado en tus ojos, de esta alma

encarcelada, limitada por mi piel. Con el cielo entre tus dedos,

y la luz entre tus manos.

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