Es tiempo de adiós cuando el olvido es silencio
cuando no queda alma de los cuerpos que un día fueron
como sombras unidas por un único sol. Ahora todo es sombra,
pastos de ceniza seca que en extrañas hogueras frías
hemos ardido; sin el ardid de mostrarnos
como éramos. Un escarmiento desvalido y cadaverizado
por la palabra errante que te busca y no te encuentra
en los momentos ausentes de nuestros cuerpos
(no fuimos más que otra forma de ser un secuestro a otro tiempo)
y ahora, pulsando las preocupaciones de la frustración
nos encontramos labio a labio oxidado
en la renovada y alegre desesperación
de habernos removido de nuestras manos;
tan sólo el abismo, tan solos los dos
ojos que miran hacia dentro.
No hay nada]
terribles motivos para el descontento,
cuando se busca entre palabras la carroña que nos alimenta
por dentro. La duda no resuelta de si los días pasados
existieron o fueron sólo espejismos, aire muerto
entre los dedos]
olas que intentan inundar desiertos, humo denso,
culpable de la sangre que brota del suelo de este arrepentimiento
en la fragua herida donde forjamos aquellas armas
las mismas que usamos para mutilar nuestros abrazos
en las vueltas que dimos a este mundo que creímos nuestro
y ya, ahora, ya vemos, que arrojado está lejos,
porque nosotros ya no somos los que éramos, sólo despojos
de sombras, de mentiras, de realidades al descubierto,
caiga sobre mí tu espada sin filo ¡quiero ya desesperar y morir!
en esta larga noche que no conocerá mañana
en esta oscuridad que sobreviene a la batalla
derrotado ya sin alma ni resuello, sin esperanza
ni deseo]
caiga sobre mí tu espada sin filo y me convierta, herido
sobre tu pecho, en plomo, en herrumbre,
en lanza, en mortal, deshaga de mí este deseo de sombra
y encuentre el camino donde todos los que han acudido
ya han muerto;
caiga sobre mí tu espada sin filo, quiero ya marchar
al lugar del que fui, al lugar del que nunca he vuelto.
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