Atrapado conmigo mismo en los jardines delirantes de tu memoria
recreado secretamente por las palabras encontradas
y las aperturas de bocas en silencio que dicen cosas
desde tus ojos,
porque no hay eclipse que brille más que tus veladas
ausencias, que no dicen ni expresan más historia
que la escrita bajo las piedras del templo destruido
de nuestra complicada proyección cristalina
en rimas discordantes de tu ausencia, de tu larga y pretendida
descarga de ira sobre las tormentas de manos rotas
por tu ruido interior,
tanto que echaré de menos hasta el eco de tus silencios
tanto que recorreré hasta los caminos deshechos tras tus pies
todos aquellos que convertiste en soliloquios de crueldades
fusiladas tras los muros de tu deseo, aquellos que separaron
tu cuerpo del cielo y mi alma de la tierra
como muertos cuya vida jamás se produjo
ni de ti, ni de nada, ni aquello que quedó de nosotros
esperado, al otro lado de la lanza y del veneno
consumido por nuestros labios, no unidos, no hallados, no encontrados
porque en el mar de tus abrazos quedan, entregados,
los recuerdos de mis amores náufragos. Hacia el horror
de ser fantasma de ti en desiertos no claudicados,
hacia el eclipse solar en la primavera de tus sueños erradicados.
Con el alma entrelazada al final de la cabeza y perdida entre los señuelos
que dejan tus despedidas; no son más que sombras
que denuncian que tengo la sangre circulando por las concavidades del alma fragmentada como los cristales
de un espejo roto a golpes,
todo se queda en nada cuando huye de la sensatez hasta la tormenta
y se convierte en calma. A pesar de la ansiedad en la ausencia,
a pesar del desquiciante tormento de tu irremediable presencia
que torna igual en desidia que en flores
y en delirios de grandeza
a estos días tan miserables de los cuales nada nos queda
(y escucho temblar al león en su propio territorio,
siente el miedo, lo sé, de la soledad sobre el cerebro y el cuerpo
sobre el alma y el espejo, de romperlo, golpes y a golpes
se resquebraja, y se quiebran las manos, sus garras
los ojos le laten, el corazón mira a cualquier parte
la ceguera plateada del día
los cuernos del ciervo)
Nos vamos, más allá de la línea que nunca dibujamos
la que nunca atravesamos por el miedo que se parasen los relojes
tú en tu tiempo, yo en el mío
décadas de distancia reunidas en un mismo espacio
y las espinas de las manos arrastrando tu espalda hacia el silencio
como un hombre arrasado en su piel y sus dedos
que es inconsistente como el humo, como los labios, como el peso de la huida hacia dentro;
hacia ese lugar donde el encuentro llega un instante
justo antes del frío, del agua, del miedo, del sueño
mientras llega el silencio, el rumor, el olvido, el adiós.
1 comentario:
inconstante como el frío o los labios...
Bueno!
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