Cuando nos hubimos olvidado,
(los unos de los otros)
percibimos el lento sonido de las cañerías, las que anuncian
la soledad de cualquier habitación donde pendencian
los suspiros que hemos ahorcado,
disparando al cielo para abrirle agujeros. Tan sólo
quise sentarme en aquel árbol y mirarte de soslayo
no tener que desear volver a la cueva.
Antes de que hubieras nacido,
la guerra ya se había perdido,
no existía más que un cuerpo vaciándose
y aunque quisiera ver tu rostro mañana
cuando muera en la batalla
(a la que fui por ti)
cuando le pertenezca al silencio al que echo de menos
como la paz de otro tiempo, aquél en el que
con tus manos]
tapabas los agujeros de mi corazón,
agujeros que ya no cubren ni tu cuerpo entero;
y así nos vamos perdiendo entre llantos de susurros
a los que llamamos sueños
mientras se van de nosotros
como perros que han olvidado a su dueño
porque igual que estuvimos como sombras a cuerpos
ahora navegamos hacia destinos diferentes e inciertos;
y ya no hay ningún refugio, ni disfraces
ya no quedan más certezas que el viento del cierzo
que rompe a través de nuestros ojos como cristales
arañando nuestras mejillas. Se acabó, porque ambos
echamos de menos]
al hombre que disparaba al sol hasta llenarlo de agujeros
para que ardiera esta ciudad inmensa que nunca nos protegió
(al uno del otro)
y siento nostalgia, claro que la siento, más de lo que fui
que de aquello en lo que me voy convirtiendo.
Porque sólo nos queda ya la certeza de la huida
hacia los lugares ya conocidos de la soledad
esos espacios comunes donde comparten habitación
el fracaso solidificado en no ser nada
y el horror de haber perdido en los campos de la verdad
la posibilidad de ser la música de tu canción.
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