Y ahora la soledad como un agujero infinito
sobre un alma aguijoneada
(ya ves, mi corazón que se resiste a tener escamas)
naufragando en las costas de esta crueldad tan cotidiana
a pesar de haberme refugiado en desear el olvido
y en intentar querer no haberte querido
ni deseado
ni recordado
ni amado
ni soñado
en tu reino de palabras de plástico
tan artificiales como tus labios
porque nada eras, en realidad, antes de conocerte
y nada sigues siendo ahora que te has marchado
porque tan sólo es mi alma la que te hace necesaria
tú que sólo vivías porque yo me había sacrificado
entregado como el hijo del dios de tu cuerpo
que cae herido al haber rozado tu corazón tan blanco,
tan vacío, tan pálido.
Tanto odio por esta casualidad que me ha desquiciado
y observo el mar, y sus olas que van y vienen
siento con la sal cómo intentan cicatrizar heridas
que tengo tan dentro; tú que viste que para darte vida
primero yo te di mi aire y caí asfixiado
y cuando me arrastré pidiendo lo que tantos tienen
sólo encontré tu lejanía, y tu silencio,
palabras muertas y huecas
para mí, que por ti a mí me habría matado
para ti, que por mí a ti te habrías perdonado
y, en cambio, sólo quedan sombras
allí donde tus ojos todo lo habrían iluminado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario